Valparaíso reassessed de Karina García Albadiz
Justo en ese punto
muerto de la narración donde parecía no haber espacio
para otra idea
poética, tengo al frente el mar convirtiéndose en laguna plomiza.
Sería fácil
agregarle el paisaje de la vaguada costera y, como mujer que soy
(aunque les
moleste a los/las feministas), cualquier sistema de trascendencia.
Entonces vería
nubes transformadas en animales como la tradición simbólica lo exige.
Una cierta épica.
Resumiendo: la poesía solo como imagen poética.
Lo difícil sería
extraer de esa materia oscura ciertos fragmentos y solo con el frágil poder de
la memoria contemplar el mal de ojo que lanzaban a la casa familiar y que,
al caer antes sobre
los animales, impidió que se cayera el pelo de la menor de la casa.
Los loros también
morían con las corrientes de aire, apaciblemente colgados en sus jaulas.
Mientras una mamá nerviosa
escudriña la quebrada buscando al “mariconcito” de turno para que
le viera las
cartas y así pudiera controlar futuros males. Los caminos serpenteantes
parecen darle movimiento
a esa recta y esforzada subida. Más abajo,
en el cementerio
de los pobres, todos acarreamos agua para poner las flores
y terminamos rezando
por las almas de nuestros familiares al lado de sus tumbas en tierra.
Este fue el sermón
que los adultos nos pensaron dar: dejar las cosas
ser como son,
sobre todo si estas creencias a muchas personas les hacían bien.
Claro que estaba
ahí por accidente y también mi mamá.
Un accidente de la
tradición: una acción femenina que nos envolvía
con una peligrosa
familiaridad.
Mirado desde acá, desde
lejos, esta escena me hace recordar a Sebastián Salgado fotografiando muchos
cuerpos femeninos que se afanan sobre las tumbas, sacando las malezas endurecidas
por el sol: caras las flores, lejos el pozo del agua y los tarros donde esta se
acarreaba. Había que repartir entre todos los familiares las ilusiones y
siemprevivas porque duraban más. Ninguna acción sale de ahí a menos que aceptáramos
que el destino de la mujer fuera ser la arregladora de tumbas o la creadora de
altares por internet.
No sé por qué este
ritual me lleva a cabezas de animales exhibidos en la pared o al cuero de vaca
puesto como alfombra o adornando los respaldos de los sillones de la casa tipo
A de mis tíos en el campo. También se me aparece la piel de un tigre sobre el
cual a los 10 años Borges se ponía a leer: cabeza de tigre donde un pequeño
lector apoyaba su querido libro. El oro del tigre, líneas amarillas que no se
pierden en el azul crepúsculo.
¿Será que sobre la
barbarie está toda la cultura de los linajes?
Los escritores no
deberían ser de una élite ni una parte de la élite impugnando a otra.
Acepto que somos
antes de ser, pero cuando ya somos, somos de algún modo.
Una alucinada pareja
pronta a tener un bebé, defiende el parto natural y decide tener a su hija en
un hospital del interior para evitar toda la intervención que ejerce el
hospital de ciudad: expertos en neonatología. Se complica el parto y Estela
muere con ocho meses y medio.
El naturalismo
también mata y escribo este texto porque no quiero decirles que son unos
idiotas. Como lo son aquellos que siguen defendiendo el Creacionismo.
Vuelven los
cazadores del tigre. Ya sé que esto rebota: me concentro en los otros
para ocuparme
verdaderamente de mí.
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